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El intenso intercambio musical entre Chile y Perú

14 diciembre, 2012

Juan Pablo González, doctor en Musicología, Universidad de California, Los Ángeles

Además de recibir la zamacueca, el vals, parte de la música andina y algo de la africanidad que perdimos, los chilenos les hemos enviado cueca y rock andino a nuestros vecinos del norte, junto con lo mejor del bolero, de la música juvenil y de la balada de distintos tipos.

Por Juan Pablo González, Director del Instituto de Música UAH, para El Mercurio

Desde la llegada de la zamacueca limeña a Valparaíso con el regreso del Ejército Libertador en 1824, hasta el recital de Los Jaivas en las alturas de Machu Picchu, grabado por la televisión peruana en 1981, una larga historia de intercambios musicales ha unido a chilenos y peruanos. La zamacueca regresó a Lima como cueca, donde primero se le llamó chilena y después de 1880, marinera. Los Jaivas, igual que Inti-Illimani, han quedado en el corazón de miles de peruanos, quienes reconocen la fina elaboración que estos grupos han hecho de una música que ahora es patrimonio común. Luego de que se consolidaran nuestras fronteras, el vals, la Nueva Ola, el rock, la Nueva Canción y la balada han unido a chilenos y peruanos bajo un mismo ritmo.

Vals del Pacífico
Las dos vertientes del vals peruano -la de Lima por el sur, y la de Chiclayo por el norte- han sido cultivadas por cantantes chilenos como Lucho Oliva, Lorenzo Valderrama y Palmenia Pizarro. La vertiente limeña intensificó los atributos musicales del vals con trazos melódicos del inmigrante andino y elementos rítmicos afroperuanos. El vals de Chiclayo, en cambio, recibió la influencia del pasillo y del estilo cantinero ecuatoriano. Este es un vals más popular que encontró en la música cebolla chilena una plataforma ideal para continuar su expansión por las costas del Pacífico. Después de Lucho Oliva, fue el cantante peruano Lucho Barrios quien difundió en Chile la práctica del vals cantinero desde 1960, con su estilo plañidero y sus floreos de la guitarra con el canto, logrando su plena consolidación en el país.

Cuando los valses de Lima y de Chiclayo salieron del Perú, lo hicieron en manos de marinos y músicos errantes, pero también en partituras, discos, programas de radio escuchados en el norte de Chile y del incipiente cine peruano de fines de los años treinta. En corto tiempo, ambos tipos de valses lograron arraigo en los puertos del Pacífico Sur, expandiendo su influencia desde Guayaquil hasta Valparaíso. Es por eso que podemos hablar de un vals del Pacífico, que une nuestras costas con su tres por cuatro sincopado.

Dos valses de compositores chilenos, grabados en Santiago a comienzos de los años cuarenta, adoptaron los rasgos del vals del Pacífico a partir de sus grabaciones posteriores: «Frivolidad», de Mario Ríos, y «La joya del Pacífico», de Víctor Acosta. La tendencia hacia una interpretación aperuanada del vals en Chile se iniciaba a mediados de los años cincuenta con las grabaciones de Lucho Oliva para RCA Victor. Oliva cantaba un repertorio peruano diverso que le permitía renovarse como bolerista en las postrimerías del género. Actuaba en radios y canales de televisión de Santiago y Lima desde 1959, donde lograba imponerse venciendo el recelo de sus propios colegas peruanos. A mediados de los años sesenta, Oliva hacía giras con una carpa itinerante por los barrios de Santiago cantando música peruana; animaba el programa radial «El Perú canta así», y grababa otros tres programas de música peruana para radios de Antofagasta, Talca y Punta Arenas.

Por su parte, Lorenzo Valderrama se destacaba desde 1960 con sus versiones para EMI Odeon de los valses peruanos «El rosario de mi madre», de Mario Cavagnaro, y «Cuando llora mi guitarra», de Augusto Polo Campos. «Devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo lo de Marx» titulará Jorge Díaz una de sus últimas obras de teatro en 2002, manifestando la persistencia de ese lastimero vals peruano en la memoria del chileno. Valderrama fue el artista más solicitado por todo tipo de público en 1962, y habría sido uno de los causantes del auge de las canciones en español en el país, en una época en que las radios estaban saturadas de repertorio en inglés.

El impacto del vals peruano en Chile fue evidente en los primeros festivales de la canción de Viña del Mar, con la reiterada presencia de Lorenzo Valderrama entre 1961 y 1964, impacto coronado con la participación de Chabuca Granda en el VI Festival de 1965. Chabuca, quien ya había actuado en Santiago en 1959, fue la principal artista internacional en ese festival, produciendo grandes ovaciones después de cada vals, que cantaba levantando sus brazos con elegancia y donaire.

Pero la voz femenina característica de la música peruana en Chile ha sido la de Palmenia Pizarro. Su participación en 1962 en el concurso radial Así canta Perú llevó al sello Philips a integrarla a su elenco, recibiendo Disco de Oro en 1964 por su mayor éxito: «Cariño malo», de Augusto Polo Campos. Era tal su compenetración con el vals peruano que, a fines de los años sesenta, le ofrecieron participar en un festival de folclor latinoamericano en Montevideo representando a Perú. Palmenia aceptó gustosa, provocando una controversia internacional que por suerte no ha llegado hasta La Haya. Algo similar ocurrió en Colombia, donde fue proclamada como la cantante más importante del folclor peruano. San Felipe, su ciudad natal, debe estar muy orgullosa de su hija ilustre.

Músicos chilenos en Lima
Vicente Bianchi había llevado la orquesta de radio a su máxima expresión en Chile cuando, en 1951, exportó su experiencia a Lima, creando la primera orquesta radial de importancia en Perú. Viajaba junto al Trío Llanquiray, que luego se transformaría en Los Jaranistas, primeros difusores de la música peruana en Chile. Bianchi regresó al país en 1955, dejando a su paso «una notable estela de progreso», como afirma la revista Ecran.

De este modo, cuando Lucho Gatica llegue a Lima en 1954, en los inicios de su brillante carrera internacional, encontrará a Vicente Bianchi en una inmejorable posición en la industria musical peruana. Junto con actuar en el Hotel Bolívar, el bolerista chileno se presentó en Radio El Sol, donde trabajaba Bianchi, estrenando el bolero «No te vayas amor», que el director y compositor chileno le había escrito. Sus versiones de «Sinceridad» y «Contigo en la distancia» eran muy difundidas por las radios limeñas y su presencia en Radio El Sol produjo grandes tumultos de admiradores. Uno de ellos, Mario Vargas Llosa, incluirá la figura de Lucho Gatica en su novela «La tía Julia y el escribidor», ambientada en el mundo de la radio y la sociedad limeña de los años cincuenta. Hoy día, Vargas Llosa es el candidato número uno para escribir la biografía de Lucho Gatica, si es que no la está escribiendo ya.

Durante la primera mitad de los años sesenta, la música juvenil en Perú no tenía el mismo desarrollo que experimentaba en Chile desde 1960 con el boom de la Nueva Ola. Con una juventud más tradicionalista que la chilena, costaba encontrar jóvenes peruanos que quisieran iniciar una carrera radial cantando en italiano o en inglés, como ocurría en Chile. Eso les abrió posibilidades a los artistas chilenos de la Nueva Ola, y en 1965 ya circulaban en Perú discos de Pat Henry, Cecilia y Los Blue Splendor de Valparaíso. Esta banda llegó a hacer giras por el sur del Perú y a presentarse en Canal 5 de Televisión de Lima, generando imitadores locales. Allí también llegaron Los Átomos desde Santiago, en 1966, para actuar en el mismo canal, ofrecer funciones matinales en teatros limeños y abrir el local de baile Caverna de Los Átomos, que tuvo que soportar los dardos de la prensa tradicionalista peruana.

Luego le tocaría el turno a Luis Dimas, quien se radicó en Lima entre 1968 y 1970, y llegó a conducir tres programas de televisión, como el llamado Club 4-4, que era el de mayor sintonía en Perú y donde actuaban los mejores artistas peruanos. El impacto de los músicos chilenos en Perú fue coronado con el éxito de Los Ángeles Negros en 1970, y su monumental concierto en la Plaza de Toros de Acho de Lima ante 40 mil espectadores. Tuvieron a Los Iracundos como teloneros y fueron portada en todos los periódicos limeños. Una década más tarde, Los Prisioneros producirán un impacto similar.

Hoy día, Chile es portada en los diarios peruanos por otras razones, pero es gratificante saber que junto con recibir la zamacueca, el vals, parte de la música andina y algo de la africanidad que perdimos, los chilenos les hemos enviado cueca y rock andino a nuestros vecinos del norte, junto con lo mejor del bolero, de la música juvenil y de la balada de distintos tipos. Así, chilenos y peruanos hemos hecho del Pacífico un lugar donde compartimos lo mejor que producimos, viviendo, efectivamente, en paz.