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José Emilio Burucúa inauguró el año de Licenciatura en Teoría e Historia del Arte

20 abril, 2017

El académico dictó la conferencia «‘Cómo sucedieron estas cosas’. Representar masacres y genocidios», donde analizó «la representación de lo que en primera instancia parece irrepresentable».

El historiador del arte José Emilio Burucúa es un profesor reconocido por su interés y erudición sobre una gran variedad de temas que cruzan la historia, el arte y el pensamiento. Miembro de número de la Academia Nacional de Bellas Artes y de la Academia Nacional de Historia de Argentina, es actualmente profesor titular de Problemas de Historia Cultural en la Universidad Nacional de General San Martín y ha sido profesor e investigador en diversas universidades europeas.

Durante la conferencia inaugural de Licenciatura en Teoría e Historia del Arte UAH, presentó el trabajo “’Cómo sucedieron estas cosas’ Representar masacres y genocidios”, donde abordó parte de la investigación que desarrolló por más de diez años junto al historiador argentino Nicolás Kwiatkowski, con quien publicó su último libro, Cómo sucedieron estas cosas. Representar masacres y genocidios (Katz, 2014), donde analiza “la representación de lo que en primera instancia parece irrepresentable”, centrándose en las razones que han vuelto la representación de estos hechos tan difícil y los recursos compartidos e innovadores que sirvieron para contar, explicar y mostrar lo que, a priori, no podía ser ni contado ni explicado.

Gran parte de los libros que Burucúa ha publicado indagan sobre las relaciones históricas entre imágenes, ideas, técnicas y materiales y sobre la pervivencia y las transformaciones de fórmulas visuales o literarias en la cultura occidental. Así, por ejemplo, en Corderos y elefantes. Nuevos aportes acerca del problema de la modernidad clásica (2001) y luego en La imagen y la risa (2007) investigó sobre la historia de la risa en la Europa del Renacimiento; en Historia, arte, cultura. De Aby Warburg a Carlo Ginzburg (2003) analizó el método de investigación y descubrimiento del historiador alemán Aby Warburg para más tarde recorrer su influencia en los modos de escribir y pensar la historia cultural durante los últimos cien años. La figura de Ulises y su pervivencia y reemergencia en distintas manifestaciones artísticas en Occidente es el tema de El mito de Ulises en el mundo moderno (2013).

 

“Cómo sucedieron estas cosas” Representar masacres y genocidios
Por José Emilio Burucúa

Con una frecuencia abrumadora el núcleo mismo de lo que consideramos humano es golpeado por actos de masacre, el asesinato masivo y catastrófico de seres humanos o de comunidades enteras. Después de que acontecimientos de este tipo han ocurrido — desde el asesinato de los atenienses en Egina narrados por Heródoto hasta el actual genocidio en Darfur— ha habido intentos de justificar, condenar, explicar, narrar y representarlos.

Las masacres no fueron desconocidas en la Antigüedad clásica: la matanza de los atenienses en Egina contada por Heródoto; la destrucción de Milos por los atenienses en 416 A.C, narrada por Tucídides; los asesinatos del Segundo Triunvirato en 43 A.C. relatados por Apiano, el asesinato de los habitantes de Alejandría contados por Caracalla en el 215. Estos hechos comparten ciertos aspectos comunes con las masacres modernas: el aparato estatal desempeñó un papel en los asesinatos; lo que sucedió fue considerado una maldad horrenda; al referirse a ellas se utilizó la metáfora cinegética, es decir, relacionada con la cacería (Apiano describió a los asesinos como «perros de caza»), las víctimas fueron engañadas en su destrucción; tanto los testigos como la evidencia de los hechos fueron eliminados; los asesinatos fueron tan atroces que interrumpieron la cadena de causas y efectos y el lenguaje y otros medios de representación se consideraron inadecuados para describir tales episodios (aunque el intento de hacerlo nunca cesara), etc. Sin embargo, hay también diferencias radicales entre las masacres de la Antigüedad clásica y las de la época moderna: las masacres griegas y romanas fueron estallidos breves, que a lo sumo duraron unos días y no se basaron en ninguna superioridad técnica. Sobre todo, parece no haber ningún rastro de una transformación de las víctimas en un Otro radical e inferior, de su reducción a nohumanos o animales.

Durante la Edad Media, las masacres más frecuentemente representadas fueron las relacionadas con el martirio colectivo, los Diez Mil Mártires del Monte Ararat y la Masacre de los Inocentes, por ejemplo. En el siglo XIV, esta última se convirtió en la representación por antonomasia de la desesperación. El tema del martirio colectivo se utilizó también en los primeros tiempos de la época moderna para narrar las masacres reales. A partir del siglo XVI, el infierno se convirtió en una fuente adicional de representaciones para este tipo de acontecimientos extremos.

Las matanzas del siglo XX evidentemente influyeron en las formas en que concebimos las del pasado. El caso armenio, la Shoah, los asesinatos camboyanos, etc., fueron hechos de tal magnitud y consecuencias que todavía configuran muchas de las formas en la que nos acercamos a otras masacres y sus representaciones. Por otra parte, una consecuencia importante de las atrocidades perpetradas en Armenia y Europa durante la Segunda Guerra Mundial fue la aparición de una nueva figura de derecho internacional, el crimen de genocidio, proceso que debe mucho al abogado polaco Raphael Lemkin, quien impulsó la adopción del término en 1944. Todos estos hechos pusieron a prueba los mecanismos anteriores de la representación: la caza, el martirio y el infierno fueron utilizados, pero no pudieron transmitir la verdadera dimensión de las masacres y genocidios contemporáneos.

Me gustaría sugerir que ha habido intentos y experimentación con otras posibilidades estéticas, sobre todo a partir del uso de siluetas. En Argentina, las siluetas se convirtieron en uno de los principales símbolos de los desaparecidos, desde la multitudinaria manifestación conocida como El Siluetazo, que ocurrió en los últimos meses del régimen militar, el 21 de septiembre de 1983. Volviendo en el tiempo, en 1920, Max Ernst representó el tema de los Inocentes en un collage que dibuja a las víctimas como siluetas vacías en movimiento, mientras que un insecto mecánico se lanza sobre uno de ellos. La acción tiene lugar en un paisaje extraño, casi una pesadilla, formado por escaleras, escalas, vías férreas, fachadas arquitectónicas y vistas aéreas de entornos industriales. En este cuadro, Ernst da paso a una nueva presentación del tema, en la que los principales elementos compositivos son el vacío y la presencia fantasmal de las víctimas asesinadas. Esta imagen alude a las matanzas de la Primera Guerra Mundial. Pero hay otros ejemplos del uso de la silueta en las representaciones del genocidio reciente. Las fotografías de cadáveres, tomadas por Gilles Peress durante el genocidio ruandés, evidentemente hacen uso de este patrón. Otro ejemplo se puede encontrar en el Museo del genocidio Tuol Sleng, en Phnom Penh, Camboya.