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Nuevo académico del Departamento de Filosofía // Reflexiones sobre adicción y responsabilidad moral: Entrevista con Federico Burdman

25 abril, 2024

El académico conversa en torno a la intersección de la filosofía de la mente y la psiquiatría y ofrece una aguda visión sobre el enigma de la adicción.

 

Federico Burdman es uno de los más recientes académicos en unirse a la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UAH. Como profesor asistente en el Departamento de Filosofía, aporta una fresca perspectiva a la investigación en la institución. Su trabajo se centra en áreas de vanguardia como la Filosofía de la Mente, la Filosofía de la Acción y la Filosofía de la Psiquiatría. En particular, Burdman se dedica al estudio de las adicciones y otras formas de agencia bajo condiciones no ideales, explorando aspectos fundamentales de la motivación, el autocontrol, las emociones y la responsabilidad moral. En esta entrevista, Burdman nos cuenta cómo enfrenta los desafíos filosóficos planteados por el «enigma de la adicción».

  

– ¿Qué te motivó a centrarte en las adicciones en tu trabajo filosófico?

Fue un tiempo después de completar mi doctorado que empecé a interesarme por temas vinculados con adicciones y, en general, por problemas filosóficos en torno a la psiquiatría y a la salud mental. Para mi tesis doctoral había trabajado sobre problemas puramente conceptuales en filosofía de la mente. Una vez cerrada esa etapa, decidí volcar mi investigación sobre temas más relacionados con problemáticas de interés social. La filosofía de la mente, al igual que buena parte de la psicología científica, se aboca normalmente a preguntas acerca de cómo funciona la mente bajo condiciones más o menos idealizadas. Desde esa perspectiva pueden plantearse muchas interrogantes filosóficas que son enteramente válidas, y que me siguen apasionando y siguen siendo parte de mi agenda de investigación actualmente. Pero lo que especialmente llamó mi atención fue el desafío de cómo entender los procesos psicológicos —los deseos, las creencias, las emociones, la toma de decisiones— cuando la cosa no va bien, dejando de lado la imagen de un sujeto idealizado para enforcarme en los sujetos falibles e imperfectos que, al final, es lo que todos somos.

A la hora de pensar específicamente sobre las adicciones, el punto de partida para mi investigación fue detenerme en lo que algunos especialistas llaman “el enigma de la adicción”: ¿cómo es posible que una persona decida seguir consumiendo aún cuando resulta claro que de esa decisión se siguen consecuencias negativas, a veces verdaderamente dramáticas, con las que la persona querría no tener que lidiar? Todo el que esté familiarizado con casos de adicción —los verdaderos casos de adicción, especialmente si son severos, subrayando que no estoy hablando de cualquier forma de consumo de drogas— sabe que la condición puede ser sumamente destructiva para la vida de una persona. Hay personas que entran en un espiral descendente y van viendo cómo todo lo que consideran valioso en sus vidas se destruye, y a pesar de eso continúan consumiendo.

Es algo sumamente difícil de entender desde el entorno de supuestos desde los cuales interpretamos normalmente la conducta de las personas. ¿Por qué alguien haría voluntariamente algo que lo daña? La respuesta estándar al enigma es poner en cuestión que la conducta de la persona con adicción sea realmente voluntaria. Es, en el vocabulario de la psiquiatría, una conducta compulsiva. Esa respuesta, a su vez, plantea otra serie de interrogantes que son tierra fértil para el trabajo filosófico. ¿Qué es actuar compulsivamente? ¿Qué es tener control sobre lo que uno hace, o perder ese control? Y si el control sobre la propia conducta no fuera “todo o nada”, sino una noción de grado que admite una compleja gama de matices —que es, en resumidas cuentas, el enfoque que yo defiendo—, ¿qué es que uno tenga un grado mayor o menor de control sobre su propia conducta? Esas son las preguntas que captaron mi interés filosófico cuando empecé a incursionar en esta problemática. A partir de allí, me encontré con todo un horizonte de preguntas sobre la psicología de la adicción, que me llevaron por un lado, a expandir mi investigación a una serie de interrogantes filosóficos en torno a la salud y la enfermedad mental y, por otro, a una serie de problemas en metaética o ética aplicada, vinculados fundamentalmente con las nociones de autonomía y responsabilidad.

 

 

– ¿Cómo abordas la cuestión de la responsabilidad moral en el contexto de la adicción, especialmente en relación con la mitigación de la culpabilidad?

Es un asunto sumamente difícil, tanto a nivel conceptual como por tener implicaciones sobre cuestiones éticas altamente sensibles. Es, además, difícil hacer generalizaciones porque el “trastorno por consumo de sustancias”, como se lo llama clínicamente, abarca un dominio de casos con características diversas que cabría analizar de formas diferentes cuando consideramos cuestiones de responsabilidad. Ahora bien, señalados esos reparos, mi visión es que la adicción, al menos en los casos severos, puede mitigar la responsabilidad moral. Cuando hablo de responsabilidad moral, en este contexto, estoy pensando esencialmente en situaciones en que una persona ha provocado un daño a otros que sea de relevancia desde el punto de vista moral, el tipo de situación donde normalmente sería apropiado responder con un reproche con valencia moral. Es importante aclarar esto porque lo que está en discusión no es una evaluación moral de la persona—digamos, como una persona virtuosa o no— sino de las consecuencias de una decisión particular que ha dañado a otro. Cuando pensamos en la adicción, lo que está en juego son centralmente decisiones de consumir drogas que una persona toma aun cuando esto implique desatender razones moralmente relevantes para no hacerlo. Hay una amplísima literatura filosófica que indaga sobre las condiciones en las cuales resulta (o no) apropiado pedir a una persona que rinda cuentas por sus acciones (el inglés tiene para esto una palabra muy precisa: accountability).

Muchos filósofos y filósofas han argumentado que la adicción interfiere de diversas maneras con las condiciones para la responsabilidad moral, esto es, que una persona que sufre una adicción, especialmente si es severa, no puede ser plenamente responsable por daños que se siguen de sus decisiones de consumir. Yo creo que esa es la visión correcta, notando al mismo tiempo los reparos que señalé al principio. En mi opinión, el asunto central tiene que ver con la condición de control para la responsabilidad moral: no es apropiado responsabilizar a una persona por sus acciones si éstas no se hallan (completamente) bajo su control voluntario en un sentido relevante. Eso es, precisamente, lo que sucede con la adicción. Lo que vuelve aún más complejo el asunto es que la adicción interfiere con el control voluntario de la conducta de un modo parcial: no es cierto que el consumo está literalmente fuera del control de las personas con adicción, en el sentido en que, digamos, una convulsión o un espasmo están fuera de las cosas que una persona puede controlar. La capacidad de controlar el consumo presenta una faz mucho más ambivalente en contextos de adicción, lo que genera una cantidad de desafíos teóricos y prácticos para analizar estas situaciones. Pero es claro, en mi opinión, que la adicción puede interferir con la capacidad de controlar la conducta de modos que son relevantes para pensar acerca de la responsabilidad.

 

– ¿Qué implicaciones éticas tiene la reducción de la culpabilidad en casos de adicción severa y cómo lo abordas desde una perspectiva filosófica?

Quienes tienen vínculos afectivos cercanos (vínculos familiares, de amistad, de pareja) con alguien que tiene una adicción sin duda se habrán visto en la situación de ser afectados negativamente por decisiones de consumir que la persona toma. Este tipo de situaciones no son infrecuentes cuando hablamos de adicciones. Familiares, amigos, vínculos cercanos se preguntan entonces cuál es la respuesta apropiada, lo que presenta una cantidad de dilemas éticos sumamente difíciles. Aquí, nuevamente, es difícil hacer generalizaciones, pues cada caso tiene rasgos particulares que habría que considerar con cuidado. Ahora bien, si el análisis que recién proponía es correcto, parece seguirse que hay una gama de actitudes reactivas (por utilizar el término de Strawson) que podemos emparentar con el enojo, la indignación, el resentimiento, que resultarían no ser apropiadas en estos casos, al menos si se entiende estas reacciones bajo el supuesto de que la persona merece recibir un “tratamiento adverso” (digamos, un reproche que manifieste nuestra indignación) por lo que ha hecho. Desde ya, esta observación está lejos de agotar las consideraciones éticamente relevantes acerca de estos casos. Hay algo, sin embargo, que vale la pena destacar, y es que pensar que la persona no es totalmente responsable por lo que ha hecho—y no merece, por lo tanto, ser objeto de actitudes negativas como respuesta a sus actos— es compatible con pensar que hay otras formas, más constructivas, en que una persona puede comunicar a otra que le ha dañado y que eso tiene un impacto negativo sobre su relación.

Las teorías de la responsabilidad moral normalmente hacen una distinción que es clave, en mi opinión, entre respuestas orientadas al pasado (que normalmente incluyen un elemento retributivo, de responder al daño con daño) y respuestas orientadas al futuro, donde podemos buscar involucrar al otro en una conversación moralmente constructiva acerca de cómo desarrollar nuestro vínculo en lo sucesivo. En otros términos, pensar que la persona no merece ser culpabilizada no implica que las personas en su entorno deban dejar de comunicarle que han sido dañadas cuando esto sucede ni de buscar formas de involucrar a la persona en un intento por cambiar las cosas con una perspectiva constructiva.

 

– ¿Cómo crees que trata la sociedad chilena a la gente que padece adicciones? ¿Es una visión distinta a la que tienen otros países en los que has trabajado?

Llevo muy poco tiempo aquí para poder darte una respuesta en este momento. Sí puedo decirte que, junto con dos colegas de la Universidad de los Andes en Colombia, estamos trabajando en un estudio experimental con el fin de entender cómo las personas comunes piensan acerca del control y la responsabilidad moral en casos de adicción. El estudio vamos a hacerlo en Colombia y en Chile, pues nos interesa, entre otras cosas, comparar los resultados que obtendremos en ambos países. En unos meses tendremos los primeros resultados.

 

– Qué importancia tiene la intersección entre la Filosofía de la Mente, la Filosofía de la Acción y la Filosofía de la Psiquiatría en tu trabajo?

El tipo de preguntas que más me interesan se halla precisamente en la intersección de estos campos, junto con cuestiones de ética aplicada y metaética. Se trata de campos de investigación con tradiciones algo diferentes entre sí, con literaturas que a veces se encuentran más desconectadas de lo que cabría esperar. Por formación y por vocación filosófica, mi trabajo consiste esencialmente en tratar de aunar perspectivas desarrolladas en esos diferentes campos y ponerlas en juego sobre un terreno común.

 

– ¿Cuáles son los principales obstáculos que enfrentas al tratar de integrar la perspectiva filosófica en el estudio y tratamiento de las adicciones en el ámbito clínico?

No es una tarea para nada sencilla. Los filósofos/as, por lo general, no estamos entrenados para integrarnos en un trabajo interdisciplinario con personas que trabajan con una agenda no teórica. Y hay dificultades análogas, en sentido opuesto, del lado de quienes trabajan en clínica. Estoy convencido, sin embargo, de que hay una intersección posible donde la filosofía tiene mucho para aportar a la hora de reflexionar sobre los enfoques clínicos. Hay, sin duda, un terreno fértil para la colaboración. En lo personal, he colaborado con un centro de recuperación de personas con adicciones en Buenos Aires. Fue una experiencia sumamente importante para mi trabajo filosófico.

 

– ¿Cómo describirías el papel de la motivación y el autocontrol en el contexto de las adicciones? 

Nuevamente, sobre este asunto no hay respuestas sencillas. La visión más tradicional acerca de las adicciones, en el campo teórico, consiste en pensar la problemática de quien tiene una adicción como algo fundamentalmente relacionado con la motivación o, dicho en términos más cotidianos, con el deseo. En efecto, hay algo particular, un tanto enigmático, que sucede con el deseo por consumir en la adicción, y es que el deseo parece estar, por así decirlo, relativamente encapsulado del resto de la vida psicológica de esa persona. Esto hace que una persona pueda seguir deseando intensamente consumir aun cuando no disfrute hacerlo, aun cuando piense que debería dejar de hacerlo, incluso aún cuando se odie a sí misma por sentir ese deseo. Se trata, en suma, de un deseo con algunos rasgos atípicos, ya sea que uno piense que otros deseos no funcionan así o que esos rasgos (fundamentalmente, la impermeabilidad a razones) se encuentran exacerbados en la adicción.

Al mismo tiempo, una visión de la psicología de la adicción que se centre únicamente en el deseo sería, sin duda, incompleta. Un cuadro abarcativo será, por fuerza, mucho más complejo, en cuanto debería incluir elementos cognitivos, atencionales, vinculados con la memoria y el sentido de identidad personal, entre otros. Respecto del autocontrol, mi trabajo se ha centrado particularmente en la importancia que cobran, en este contexto, lo que se conoce como estrategias externistas o ambientales de autocontrol: la intervención de la propia persona para modificar elementos de su entorno como una forma de promover el logro de los objetivos que ella misma se ha fijado, en lugar de enfocarse únicamente en un esfuerzo directo por controlar su conducta. Las estrategias externistas de autocontrol son particularmente importantes para las personas que luchan por superar una adicción.

 

– ¿Crees que la sociedad latinoamericana está siendo afectada por la narcocultura en temas de adicción en la actualidad?

La pregunta es compleja porque el problema tiene muchas aristas diferentes, incluyendo aspectos sociales, económicos, policiales, jurídicos, y políticos. En suma, es una pregunta que debería responder un cuerpo interdisciplinario de especialistas aportando cada uno diversas perspectivas. Puedo decirte, sin embargo, que no creo que la “narcocultura”, por utilizar ese término, esté esencialmente conectada con el fenómeno de la adicción como tal. Por decirlo simplemente, no creo que sea la razón por la que tenemos, como sociedad, problemas de adicción. Sí es, me parece, bastante evidente que hay condiciones de tipo social, económico, político y jurídico que hacen que las cosas sean peores de lo que podrían ser para quienes sufren de adicciones.

Aquí habría mucho para decir, pero me limito a señalar dos puntos. Por un lado, hay sobrada evidencia acerca de la correlación entre las adicciones y las condiciones socioeconómicas desfavorables y la falta de oportunidades de desarrollo. Desde ya, las adicciones atraviesan transversalmente a todos los sectores sociales, pero hay una correlación atendible con los sectores socialmente más desprotegidos. Luego, las cuestiones vinculadas con la política de criminalización de las drogas son complejas y plantean problemas que debemos pensar con cuidado, pero es evidente que tienen la consecuencia de que muchas personas acaben consumiendo sustancias que no son seguras y que provocan muchas muertes y daños perfectamente evitables.

 

– ¿Qué áreas de investigación te interesaría continuar investigando dentro de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UAH?

Mi plan para los próximos años es seguir desarrollando las diferentes líneas de investigación que conforman mi trabajo actualmente, y que aparecieron de diferentes maneras a lo largo de esta conversación. Desde el trabajo más “básico” en filosofía de la mente y de la acción, hasta los temas que tienen que ver con la psiquiatría y, en particular, con problemas éticos acerca de la responsabilidad y la autonomía. Actualmente me encuentro trabajando también sobre problemas vinculados con la capacidad de dar consentimiento para el tratamiento, que es un asunto que también conecta, de un lado, con las capacidades psicológicas y agenciales y, del otro, desde ya, con cuestiones éticas. Al mismo tiempo, tengo diversos proyectos de trabajo empírico, experimental, para explorar cómo piensan las personas no expertas acerca de estos interrogantes filosóficos. A futuro, me gustaría extender esa línea de trabajo para investigar cuál es la perspectiva que las propias personas con adicciones tienen acerca de las preguntas que antes consideramos en torno al control y la responsabilidad moral.