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Revista Nuevas Dimensiones: Gerardo Ubilla y la propuesta de Educación Ciudadana Afectiva

9 julio, 2024

Gerardo Ubilla, Profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica, Licenciado en Educación y Magíster en Didáctica de la Historia y las Ciencias Sociales, por la Universidad Alberto Hurtado, comparte su visión sobre las emociones políticas y el lugar del cuerpo en la enseñanza de temas difíciles, en su artículo «Educación ciudadana afectiva: principios de enseñanza para el profesorado», de la Revista Nuevas Dimensiones 

El actual número de la revista es el resultado de una convocatoria especial en el marco conmemorativo del año 2023: “A 50 años del Golpe de Estado en Chile: Desafíos y nuevas posibilidades educativas”. La revista Nuevas Dimensiones invitó a profesores de contexto escolar, académicos e investigadores a publicar, en su número 10, experiencias de sujetos y comunidades, así como con otras narrativas emergentes que expresen una mirada desde espacios educativos relacionada con la enseñanza de nuestro pasado reciente  así como el desarrollo de una educación  para la democracia y los Derechos Humanos  que den cuenta de  investigaciones, experiencias de cambio y resistencia pedagógica en esta área de trabajo formativo.   

En este contexto, Gerardo Ubilla propone una innovadora metodología basada en el posthumanismo y los nuevos materialismos. Conversamos con el autor sobre cómo estas perspectivas pueden transformar la formación docente y abordar los desafíos de enseñar temas controvertidos en el aula. 

 ¿Cuál es el enfoque principal de tu investigación en educación ciudadana afectiva? 

Mi investigación se centra en explorar cómo los afectos y emociones se entrelazan con la enseñanza de temas sensibles y controvertidos en el contexto escolar. Me interesa especialmente cómo los profesores abordan temas relacionados con la (des) igualdad y la (in) justicia estructurales, y sus controversias derivadas, y cómo estos temas pueden ser discutidos de manera no solo racional sino también afectiva en las aulas. 

En el artículo publicado en la revista Nuevas Dimensiones, escribes sobre la propuesta de Patrick Keegan ¿Qué elementos de su propuesta consideras más relevantes para tu investigación?  

Patrick Keegan propone cuatro principios para trabajar las emociones políticas que circulan por la discusión de temas controvertidos, como el uso legal de armas, el terrorismo y el populismo trumpista. Lo anterior, en el escenario estadounidense. Mientras leía su contribución, me propuse adaptar sus principios al contexto latinoamericano y chileno, proponiendo alternativas educativas basadas en el arte, el cuerpo y las narrativas.  Estoy de acuerdo con Keegan en una aproximación político-relacional de las emociones y los afectos en la educación, alejándose de un discurso predominante psicológico positivo, biomédico y eurocéntrico que separa la razón de la emoción. Nuestro enfoque se centra en cómo las emociones y los afectos circulan en contextos sociales y políticos, y cómo estas pueden promover la justicia social. 

 ¿Cuáles son algunas de las estrategias que propones en tu investigación para abordar estos temas? 

Creo que en el campo es necesario imaginar espacios de discusión sobre temas controvertidos que se encuentran encarnados en los cuerpos y subjetividades de estudiantes y profesores. Cada vez que veo noticias sobre atentados incendiarios en colegios de la Araucanía, prácticas racistas en las calles de Santiago o la quema de viviendas de migrantes en Iquique, me pregunto cómo construir espacios de discusión sobre estas problemáticas en las aulas. Sostengo que el lenguaje tiene límites, puesto que no siempre queremos hablar sobre temas difíciles, muchas veces traumáticos. Desde los nuevos materialismos y las posthumanidades, propongo utilizar enfoques no lingüísticos basados en el arte, el teatro, y otras formas de expresión creativa para permitir que los estudiantes y profesores exploren estos temas desde diferentes formas. Estas metodologías permiten que los afectos y emociones fluyan naturalmente y desafíen maneras individuales, estándares y descontextualizadas de entender las prácticas pedagógicas. 

 ¿Cómo crees que la educación ciudadana afectiva puede contribuir a una mejor comprensión de temas históricos difíciles, como la dictadura cívico-militar chilena? 

La educación ciudadana afectiva puede ayudar a los estudiantes a conectar emocionalmente con los eventos históricos y sociales recientes, lo que puede facilitar un entendimiento más profundo y empático de esos temas. Al permitir que las emociones políticas se reconozcan como parte fundamental del proceso educativo, se abre la puerta para una reflexión y sentir más críticos y una exploración más completa de las múltiples perspectivas que existen en torno a este y otros temas. En un escenario sociopolítico contemporáneo marcado por la polarización política afectiva, la proliferación de populismos y manipulación mediática, omitir la importancia de las emociones políticas en el aula de historia y ciudadanía significa un problema. 

¿Cuáles son los principales desafíos que has identificado para implementar estos enfoques en el aula? 

Uno de los mayores desafíos es la formación inicial y continua de los profesores. Este espacio es fundamental para que puedan sentir y reflexionar sobre el entrelazamiento entre las emociones, la experiencia vivida y la enseñanza de temas controvertidos. Otro desafío es la narrativa hegemónica en torno a lo que se ha denominado como “Aprendizaje socioemocional”. Mi lectura de este discurso es crítica. Concuerdo con Megan Boler y Michalinos Zembylas en el ámbito internacional y Rodrigo Cornejo y Patricia Guerrero en el contexto chileno, en que el capitalismo tardío, en su fase neoliberal, ha capturado el discurso sobre las emociones para buscar mayor productividad y explotación de los sujetos. Esta narrativa ha permeado con fuerza en las escuelas y los equipos de convivencia escolar, que difuminan la cultura de la “gestión de las emociones” que se encontrarían ancladas en las personas, quienes serían las responsables de superar las negativas y mantener las positivas. Soy consciente de este escenario y creo que la investigación crítica orientada a la justicia social debe trabajar para, al menos, mostrar otras posibilidades. En consecuencia, existirá resistencia institucional y cultural hacia estos enfoques afectivos político-relacionales, que a menudo se perciben como “muy teóricos”, menos académicos o poco rigurosos desde una perspectiva tradicional. 

Me comentabas que en tu tesis doctoral analizas los afectos que produce el encuentro entre las experiencias personales de docentes con distintas formas de violencia y la enseñanza de conocimientos difíciles, ¿Podrías dar algunos ejemplos específicos de cómo las experiencias personales de los profesores influyen en su enfoque al enseñar temas sensibles y controversiales? 

Mi tesis tiene algunos supuestos que la fundamentan. Por ejemplo, que lo personal es pedagógico, cuestión que la tradición occidental moderna ha separado por siglos. Desde este y otros supuestos, me interesé por profundizar en las experiencias personales de profesores de Historia y Ciencias Sociales y Educación Ciudadana y en los encuentros afectivos entre estas experiencias y su enseñanza. En estas asignaturas, el currículo oficial prescribe enseñar la violencia de Estado, la segregación, la pobreza, el narcotráfico, la migración, los derechos de la mujer, entre otros temas. Preliminarmente, y aún en trabajo de campo con seis profesores de la Región Metropolitana, he identificado diversos desafíos para los profesores, sobre todo cuando les corresponde enseñar temáticas que han interactuado con su experiencia vivida. Algunos evitan discutir ciertos temas en el aula debido a sus propias vivencias o prejuicios, otros los abordan convencidos de que esa experiencia debe ser contada a sus estudiantes, a fin de que ellos y ellas conozcan la realidad de los hechos. Por ejemplo, un profesor que vivió el trauma de la dictadura en Chile enseña sobre ese período histórico a través de videos que muestran experiencias de tortura, y relata su historia personal afectada por la violencia política. Al mismo tiempo, el profesor opta por no abrir su posición personal negativa sobre la migración, porque no quiere herir susceptibilidades de sus estudiantes colombianos y venezolanos. Otro ejemplo es una profesora que ha tenido experiencias personales con la violencia de género. Para la docente, enseñar con perspectiva de género es fundamental. Sus materiales de enseñanza dan cuenta de la integración de discusiones en torno al patriarcado y la educación sexual integral. 

 ¿Cuáles serían tus recomendaciones para la formación docente, a partir de tu investigación? 

Creo que es crucial integrar enfoques emocionales y afectivos alternativos en la formación inicial y continua de profesores y profesoras. Además, es importante promover un diálogo abierto sobre la importancia de la educación ciudadana afectiva en la sociedad actual, destacando sus beneficios para el desarrollo integral de los estudiantes y la construcción de ciudadanías que enfrentan un escenario político convulso. Quienes forman docentes, podrán concordar conmigo que muchas de las preguntas que nos hace el profesorado en formación tienen que ver con el abordaje de problemas sociales relevantes o temas controversiales en escuelas afectadas por el narcotráfico, el racismo, la violencia de género o la exclusión de las diversidades sexuales. Creo que respuestas provenientes de las didácticas específicas encuentran límites en contextos desafiantes. Hace poco tiempo, un colega de la Universidad de Santiago me pedía ayuda porque una directora de una escuela de Viña del Mar afectada por los incendios del pasado verano, le decía que no sabía cómo trabajar con la desolación, la desesperanza y el duelo con los profesores y el estudiantado. “La tv ya nos olvidó y no sabemos qué hacer”, sostenía la directora. Sostengo que la desolación, la desesperanza y el duelo forman parte de los contenidos históricos y ciudadanos prescritos. Abordar estos afectos significa una oportunidad para construir experiencias de enseñanza de historia y ciudadanía que se hagan cargo de las realidades territoriales. Creo que es momento de entender lo emocional y afectivo más allá de la psicología positiva y los equipos de convivencia escolar. 

¿Qué impacto esperas que esta propuesta tenga en la formación de futuros profesores y en el ambiente escolar en general? 

Uno escribe afectado por contextos específicos. Mi trabajo de tesis y mi relación semanal con profesores en formación y en ejercicio me han sugerido pensar desde las problemáticas personales y territoriales que ellas y ellos me plantean. Por ejemplo, recuerdo el relato de una profesora de Historia que, posterior a un recreo, encontró a un estudiante envuelto en cinta adhesiva por sus compañeros porque sospechaban que había robado un sándwich. Otra profesora me relató una visita al domicilio de un estudiante de 13 años, en la que fue testigo de drogas y armas. Su estudiante era “soldado” de los narcos. ¿qué hacen estas realidades en términos afectivos? ¿cómo abordan, o no, estos temas las y los profesores? ¿qué afectos circulan por estas escuelas y aulas? Tenemos que sentir y pensar en metodologías alternativas a las tradicionales para abordar estas realidades. Hoy trabajo con narrativas, mapeos colectivos y caminatas por la ciudad para profundizar en la vida y la enseñanza del profesorado. Afectos de resentimiento, tristeza, nostalgia y desesperanza han circulado por mis conversaciones con el profesorado. Miro nuevamente la propuesta que escribí para Nuevas Dimensiones y creo que podría integrar más ejemplos de esperanza. Me preocupa que la discusión en torno a problemas y controversias contribuyan al inmovilismo y al fatalismo. La desesperanza perpetúa las injusticias. Necesitamos alternativas pedagógicas esperanzadoras que promuevan la justicia social. 

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